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lunes, 19 de marzo de 2012

Las pocas venturas y muchas desventuras del hombre mas elegante de las Torres del Paine vagando hacia el campo base del Everest. Capitulo Primero.

     En Jiri, realmente pronto por la mañana el hombre mas elegante de las Torres del Paine [esta vez con sus nuevos pantalones de pana fina, color avellana tostada], comienza a caminar acompañado por la mujer mas glamurosa del imperio romano, porta unas Ray Vam de 50 rupias, y eso le confiere como minimo, el titulo. Durante esta primera jornada la mayor preocupacion del hombre mas elegante de las Torres del paine, es, sin duda, ducharse antes de acostarse, teniendo en cuenta las marchosas ocho horas que ha mantenido. El escenario recorrido no ha sido impactante, la desconocida gente avistada no ha dejado huella en los escasos segundos de coincidencia espacial. Siente que ha hecho ejercicio, y como no quiere dejar de ser ese hombre elegante solo piensa en la tropical ducha y coplanarmente, en su Dal Bhat crepuscular [que con el pan tibetano vespertino sera el unico sustento del dia].

     Una vez aposentando y estirado [plan fundamental para la supervivencia sin fisioterapeuta] decide que es hora de limpiar su templo. Completada la burocracia cierra la puerta del aseo por dentro y su pecho se llena de gozo. Todo es perfecto, un chorro ardiente de transparente consistencia y estimulante vapor obliga al desnudo y elegante a cerrrar los ojos y sumergirse en la felicidad. Y sin saber como, cuando esta en lo mas alto de la curva [el agua ha conseguido hacerle olvidar los mil metros de caprichosos escalones, ascendidos y descendidos a duras penas], siente un escalofrio, que define el punto de inflexion [a mitad de lo que hubiese considerado una ducha completa]. El gas [o la paciencia de la dueña del refugio] se agota y comienza lo que se convertira en la esencia del camino; la imposibilidad [o improbabilidad] de [durante algunos minutos] sentirse gozoso y proximo al hogar.

     La segunda jornada pudiera parecerles mejor. El pan tibetano sin amanecer precede las tareas de los moradores de las aldeas, que van pasando, sin esa atencion necesaria que les permitiria descubrir el esencial peculio por el que el humano tiene la necesidad de llegar tan lejos. Un hombre acompañado de mujer y dos hijos labra con arado de madera y dos vacas su campo en pendiente. Sin embargo, la unica fijacion es alcanzar el proposito diario establecido en la cota tres mil quinientos treinta. Una curva de nivel casualmente mas gruesa que ls demas en un papel plastificado.

     Ocho horas subiendo veleidosas pseupogradas petreas [combinadas con breves aridos llanos] sin conseguir alcanzar el ansiado cenit. A la hora de la siesta, la niebla borra el paisaje al observador, el cansancio priva del placer de la tediosa ascension, cubiertos de polvo y frio. El hombre mas elegante de las Torres del Paine pregunta en un refugio familiar por la posibilidad de cama y Dal Bhat. La sincronia en el caminar, posibilita, al irrumpir en la rustica cocina [definida por un fuego de barro donde interminablemente se hierve agua], descubrir tres sombras suizas. Carpinteros graduados con tarea humanitaria portan la misma orientacion noreste y la misma bruma. Comparten una gran olla de te negro azucarado y debaten sobre la humano y lo divino sin entrar en materia.

     Despues de la explendida cena, con la excepcional compañia de la familia anfitriona y los recien conocidos, posiblemente en los ultimos minutos de luz del dia, tamizados por el nimbo circundante, el hombre mas elegante de las Torres del Paine demanda una bacia de agua humeante para su bautismo. Al principio no cumple el requisito de la explicacion y se le ofrece un vaso de agua. Concluidos los tramites se le ofrece una jarra rebosante y decide que es suficiente para el proposito. Cruzando el camino, dentro de un destartalado cobertizo de tablas de madera con dos puertas, comienza el lavatorio. Con tino se remoja y con la rapidez del desnudo a tres mil doscientos metros se enjabona. Acaba el agua ofrecida antes de poder quitarse todo el higienizador y por las rendijas de las mal trabadas tablas verticales pide ayuda. Un imberbe y bisoño jovenzuelo, bien picaro en este caso, le atiende con otra jarra de bienestar. El hombre mas elegante de las Torres del Paine utiliza ostentosamente todo el agua para terminar su rito pero descubre que el agua habia sido utilizada para cocer arroz y ahora tiene niveos granos adheridos a su piel. Aterido y sumiso, sin queja, busca su toalla.

     Una eternidad.

     Recuerda no haberla portado despues de haber rastreado mentalmente los pasos seguidos hasta la ablucion. Subyugado, abre la puerta y pasea su gallinaceo trasero ante el vecindario, cualquier indicio de claridad celestial [esperada por otro lado en el prehimalaya] ha sido consumido por la relente noche, la yacija le espera y no la hace esperar.

     La tercera etapa comienza rematando la pendiente. El sol aparece pero no calienta. Algunas migas del escaso pan tibetano, escoltadas con miel, permanecen imperecederas en el bigote del hombre mas elegante de las Torres del Paine. El hambre comienza a perforar el pensamiento individual, el precio del Dal Bhat nocturno sube con la misma intensidad con la que se ascienden las curvas de nivel, y aun cuando se descienden al importe no le afecta. Arroz con lentejas. Al llegar al paso [que marca el cambio del esfuerzo] se sienten algo intimidados por el panorama, varias construcciones de piedra no labrada se ahilan a lo largo del camino, ha nevado, algunos jovenes Yaks disfrutan del merecido amanecer. Varias mulas son cargadas con bidones azules sin saber su argumento. Desperezados, todos emprenden su anonima rutina.

     Un joven estadounidense, el primer occidental que divisan desde que comenzo su periplo, anglofona por el movil rompiendo la armonia del escenario que les acorrala. No es un gesto intencionado, pero ahora que comenzaban a dejarse llevar, reciben el recuerdo de la realidad, la otra sustantividad.

     Sin variar de rumbo y tras siete horas siguiendo la senda, deleitandose con la rocosa arquitectura popular del valle, una vez desmontados seiscientos metros, ante la mirada espectante y curiosa de todo aquel que los divisa arrivan a Ringmo tras cruzar otro de esos rios que hacen que la serpenteante ruta siempre contenga pendiente positiva y negativa. Dominan, desde la perspectiva facultada por la altura donde van a dormir. Preguntan por cama y Dal Bhat. Estan interesados. Preguntan por agua caliente. Tras la respuesta afirmativa estan aun mas interesados. Acabados los estiramientos y en su turno, el hombre mas elegante de las Torres del Paine, descubre, que la ducha consiste en un cubo de agua glacial mezclada con hirviente a realizar en el cuarto del agujero de las deposiciones. Ante sus ojos, un crimen. Doliente, renuente, desalentado, hace lo posible por ejecutar el ritual lo antes posible. Perseguido, proscrito, sin saber su crimen se come el arroz con lentejas. La mujer mas glamurosa del imperio romano, que hasta ese momento no habia proferido ni un solitario sonido exclama: "Creo [solemne pausa], que yo he nacido para comer lasagnas".

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