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miércoles, 11 de enero de 2012

Un bebe de escasos meses reposa sobre un cartón cerca de Phalodi.

Por el circuito cerrado de la televisión del subterráneo [pero aéreo] de Bangkok, pasaban como las paradas, anuncios de cámaras fotográficas... todos los días, a todas horas, publicidad de Canon y Nikon ó de Nikon y Canon ó viceversa. Siempre los mismos. Básicamente, el fundamento era hacerte creer, que tu vida [puesto que iban dirigidos al individuo como entidad, a tí] era tan increíblemente fascinante que se merecía que te compraras una cámara para instantánearla y compartirla fielmente con el resto del mundo. Imágenes bucolicosentimentales y melodías sensibleroconmovedoras conformaban el deslumbrante compendio con honesto propósito comercial. Como una revelacion bíblica, como advertir la piedra filosofal, durante tres minutos crees que con cada amanecer ganas el derecho de petar al personal.

Pero cuando te tronchas de verdad, es cuando después de algún fundido en blanco, insertan a cuarenta y ocho indios tirándose polvos de colores en el Holi Festival [festival, al que por supuesto Steve McCurry aplicó su alquimia] por alguna populosa avenida metropolitana. El día a día de La India. Stanislaw Lem tendría un filón ante la problemática de la comunicación y comprensión del metalenguaje propagandístico actual.

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Un recién nacido, que todavía no puede mover la cabeza, descansa desnudo sobre un carton en el que se lee "PEP". A primera hora de la mañana su madre lo ha soltado allí, cerca de una zapata corrida de hormigón armado decorada por sicodélicas eflorescencias debidas probablemente a la alta cantidad de sales del agua usada en la elaboración de la mezcla. Su hermano mayor, sentado, sin pantalones y con una camiseta a rayas azules y marrones, mientras se mete el dedo en la boca, juega con otro pedazo de cartón en el que se lee "SI". Lleva los ojos pintados de negro. Es moreno, muy moreno.

La madre lleva la cara tapada por un velo rosa y apenas se percibe el gran pendiente dorado que perfora la aleta izquierda de su nariz. Del adorno parte una cadena del mismo material que se pierde entre la maraña de pelo negro cerca de la oreja izquierda. Mirada profunda y reprobadora. Viste un sari naranja y amarillo muy fino. Muchos de los dibujos de la prenda son apenas perceptibles debido al intenso sol que baña el desierto del Thar. Los brazos quedan tapados por decenas de brazaletes que se convierten en pulseras a la altura de las muñecas. Las puntas de los dedos están teñidas con henna. Delgada y cansada. Con una azada corta, rellena con árido de granulometría media, una bandeja metálica. Con un habil y experto movimiento de brazos, cadera, piernas y espalda, deposita la carga sobre su cabeza. Cuando llega a la hormigonera vuelca la china en la cuba.

El viento se recrea con un papel usado. No hay poesía en el movimiento. Solo se escapa, asciende tres metros y súbitamente cae sobre la arena, quizás veinte metros más allá. Un A3 que vuela. Tenía dibujado el emplazamiento de una planta solar. El ingeniero no hace ningun caso, sabe perfectamente donde está. El y el papel. Con su pañuelo blanco rodeandole la cabeza hasta el cuello, evitando que la arena le deje la garganta como lija, asemeja Bahpi. Una vaca blanca con joroba desproporcionada, cuernos cenizos desgastados y orejas apuntando al sur, se arrima al papel con convicción. El impreso va entrando lentamente. Cuando solo queda la mitad por masticar, el papiro se arruga como las cartas en un buzón minusculo. Desaparece. La res, con gesto violento, gira la cabeza, y se lame o rasca el costado derecho, puede que espantando algún molesto parásito. La cortina de piel del cuello se mece con la enérgica acción. Volvera a rumiar la celulosa.

Lejos, sobre la menguada línea sinuosa del horizonte un vigoroso dromedario avanza con garbosa marcha. En la pata delantera derecha, próxima a la almohadilla plantar, pende un cordon trenzado rojo desgastado. La cabeza acompasa cada paso con exacta cadencia. En la giba se advierte pelo algo mas oscuro. Trota hacia un arbusto rastrero caducifolio, seguramente un calligonum polygonoides. Se detiene junto al fino tronco, mientras, moviendo rítmicamente su mandibula acumula una sustancia blanca próxima a la comisura de los labios. Baja la cabeza perdiendo la poderosa curva del cuello. Curiosea entre las ramas de corteza blanca. Sigue rumiando, pierde interés por la planta. Vigila las ruidosas tareas humanas cercanas.

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Un bebe de escasos meses reposa sobre un cartón, su madre vestida de vaporoso amarilo y naranja trabaja haciendo hormigón, próxima, una vaca blanca come un papel llevado por el viento mientras un dromedario interesado en un arbusto avanza por la línea del horizonte.


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