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sábado, 19 de mayo de 2012

Despedida y cierre. Lumbini. Fin del periplo.

Y en Lumbini, lugar de nacimiento de Buda, termina el viaje... 

Toma un te después de la comida. Seis dias en el templo budista de Korea. La huelga continua fuera del Santuario. 

Mientras lee...

..."He llegado durante una pausa de trabajo, que ya ha empezado. Son las ocho menos cuarto según mi reloj o las seis menos cuarto en térmi-nos reales. Los hombres se acercan al río para coger agua en recipientes de plástico y luego vuelven a sus hogueras para cocinar y desayunar. Cuando clarea veo que en la roca yacen unos cadáveres; están desnudos y sujetos por la cabeza, les han cortado o despedazado la parte inferior del cuerpo em-pezando por las piernas. Ocho y diez. Los hombres reanudan su tarea. Uno, ves-tido de blanco y con un turbante, parece ser el jefe. Trabajan a un ritmo impresionante, cortando, troceando y picando la carne. Un hombre joven, en particular, corta la carne, los músculos y los huesos con notable energía y rapidez. Su habilidad casi permite olvidar qué está cortando. Arriba, contra la línea del cielo, las águilas se han reunido. A veces los familiares y los amigos de los muertos acuden a presen-ciar los ritos, pero hoy soy el único presente. Ocho y veinte. Los hombres la han emprendido con la parte superior del cuerpo y trabajan con empeño. Unas cuantas personas se han acercado a mirar desde mi orilla. Son chinos han de Shanghai que están en Lhasa gracias al plan «adopta una región en el Tíbet». Se me acercan, hacen algu-nos chistes sobre la ceremonia que estamos contemplando y luego —riendo, hablando, fumando— vadean la corriente y se acercan a la roca. Se plantan ahí, observando las opera-ciones desde cerca. El hombre del turbante les dirige una mi-rada furibunda. Se acercan más y, con insultante parsimonia, se aproximan a la roca. Uno de ellos empieza a reír. Entonces, el hombre del turbante se baja de la roca, les grita en tibeta-no y les lanza un pequeño hueso a los pies. Se sobresaltan, pero no retroceden. El hombre coge entonces una pierna humana de la roca y los persigue hasta el río, blandiéndola y rugiendo de rabia. Aterrorizados, cruzan corriendo el río y uno de ellos tropieza y se cae. Ahora están de pie, moja-dos y temblorosos, donde se hallaban hace un rato. Nueve menos diez. Prosigue el trabajo. El hombre de blanco extiende los brazos en dirección al cielo y lanza un prolongado grito. Las águilas se lanzan en picado desde el risco y dan vueltas en grandes círculos negros cada vez más bajos hasta acabar posándose en una loma cercana a la roca. Una de las águilas me roza la cabeza; hay un sobrecogedor olor a descomposición. Los enormes pájaros se posan, disci-plinados, en la loma, y el hombre de blanco los alimenta con unos pedazos preliminares de carne. Nueve menos cinco. Un tractor cruza el arroyo y se di-rige a un pueblo que está a lo lejos. La carne se muele y mezcla con cebada antes de darla a las águilas. Hay algunas que parecen ser favoritas. Nueve. Un camión del ejército se acerca hasta donde están los han de Shanghai; los soldados bajan y charlan con ellos. Traen consigo lo que desde mi posición parece ser un telescopio sobre un trípode y lo dirigen hacia la roca. El hombre que está sobre ella sostiene con las dos manos una piedra sobre su cabeza. La deja caer una y otra vez para machacar los cráneos envueltos en tela. Las águilas observan la roca con impaciencia. Una o dos rompen la formación, pero las espantan. Las aves avanzan sus curvos picos. Algunas despliegan las alas, son tan altas como un hombre acucli-llado. Nueve y veinte. Un monje vadea el arroyo en dirección a la roca. De pie, envuelto en vestiduras granate y azafrán, bendice la comida. El hombre del turbante blanco llama a las águilas posadas en la loma para que se acerquen a la roca, cosa que empiezan a hacer. Uno de los hombres también les da de comer de una bolsa que contiene picadiIlo humano mezclado con sampa. En este momento la roca está cubierta de voraces pájaros. Nueve y media. Las águilas se alimentan. Se les une un cuervo; no le hacen caso. Sigo mirando, aunque ahora todo el mundo se ha ido. También el camión del ejército. Diez y media. Los hombres que trabajaban en la losa se dispersan. Tres mujeres cruzan el arroyo y pasan bajo la roca, que ya está limpia de carne. El último de los pájaros alza el vuelo, sube la ladera y cruza la cresta"...[1]

Escucha el susurro de algunos de los residentes haciendo sus ejercicios espirituales.

Mientras recuerda...

Los estragos de la estricta dieta local limitan el deambular. Despues de dos dias vagando por la habitacion con vistas al Ganges, ya sin libros que paladear, decide salir. Sin siquiera poner un pie en el angosto callejón una vaca cornea a un tipo embigotado portador de escopeta al hombro.

Una bocanada de vapor como preliminar.

Un ligero malestar impregna el entorno.

El rio comprime el espacio publico.

El hombre comprime el rio.

En la orilla, cientos de escalones, tangencialmente, aparecen y desaparecen. La chavaleria juega al criquet. Excrementos de vaca secan pegados a los cerramientos verticales exteriores de una vivienda cualquiera. Frio y niebla. Como si fuera una trompa, la piel de la nariz el labio y la parte derecha de la cara le cae hasta el pecho, reposa en la posicion de loto.

Sobre una pila de troncos toscos colocan un cuerpo envuelto con una colorida tela y muchas flores. Alguien se acerca. Prohibido hacer fotos. No tengo camara. Alguien, de nuevo, se acerca. Prohibido hacer fotos. No me interesa hacer fotos. El craneo de un difunto es golpeado. Una parsimoniosa vaca se arrima a las ascuas de otra pira. Hace frio. Alrededor, en suspension, grises pavesas otorgan densidad al aire. Un hombre con un palo largo y renegrido remueve con destreza un fuego para que se consuma la mayor parte del cuerpo. Un perro sarnoso se lanza al agua. Sale con algo entre los dientes. No quiero pensar en los restos carbonizados, no consumidos, arrojados al Ganges. Llega más madera. Se prepara otra pira. Aunque el sol ya deberia haber alcanzado la cota máxima, la niebla, la suciedad, la ceniza, el rio, los muertos, los vivos, los animales, los escalones, el cricket, el hombre elefante, los dólares, las flores, el olor, la nausea, apenas parece que haya amanecido.

Ya son cuatro las vacas acumuladas.

Alguien ofrece la posibilidad de hacer una foto por diez dolares.

Y concluye haber leido que la vida casi siempre reemplaza a la dialectica.


Museo Lumbini_Kenzo Tange.


Nota final

"Pienso que éste es el peligro de llevar un diario: se exagera todo, uno está al acecho, forzando continuamente la verdad." [2]

[1] Vikram Seth "Desde el cielo", pag. 208.
[2] Jean Paul Sartre "La nausea". Pag 15.

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